Hace unos días Matías Burts de Spot Monkeys me incluyó en un torneo por la copa de Twitter Luchas. Una competición basada en la honrilla, con algún famoso, sin más pretensión que pasarlo bien. Me sorprendía encontrarme en una lista de 32 tuiteros y creadores de contenido cuando en los nueve años que llevo como usuario de esta red social no he sentido mucho cariño ajeno hacia lo que hago. No se confundan, nunca ha sido la intención de este que les escribe, pero sí que noto que el hecho de sentarme a teclear y dar mi opinión con cierto vuelo –lo único de lo que puedo presumir en esta vida– no se ve tan gratificado que si lo hiciese de forma audiovisual.
Los tiempos han cambiado y la lectura no ocupa los primeros puestos en cuanto a formatos de entretenimiento, por lo que ahí no puedo hacer nada. La prueba está en esa costumbre adquirida de solo leer el titular y el subtítulo e imaginar el resto de la noticia. Me gustaría recibir más agradecimientos, más respuestas con las opiniones de los que dedican un tiempo en leer lo que expongo, más rectificaciones en tono amable cuando me equivoco; algo que se pueda demostrar fuera de las visitas, los likes y los retuits. Contacto directo con quien me lee, por mínimo que sea.
Mi objetivo siempre ha sido coger soltura a la hora de redactar, probar nuevos estilos, contar lo mismo que el resto pero de otra forma y aplacar ese deseo de escribir con pasión. Ese es mi granito de arena a esta comunidad. Crear un debate, compartir ideas.
Por otro lado… joder, vivo en una paz absoluta. Soy prácticamente el ermitaño amable del pueblo, que nadie tiene una mala palabra hacia él –o eso creo– porque ni molesta ni desagrada. Voy a mi bola, aparezco cuando toca y no me meto en fregaos’. ¿Por qué? No me va eso de meterme donde no me llaman y mis opiniones son bien sabidas. Así me ahorro malinterpretaciones, malos rollos y haters en un espacio bastante ingrato para el debate. También porque, como me encanta decir, tengo mi puta vida fuera de las redes sociales. Y así es como tampoco me voy a hacer famoso, y estoy encantado con ello.
Me gusta pasar desapercibido, ser el trabajador silencioso, el workhorse. No busco ser el más conocido entre el público de los live shows, con quien todo el mundo quiere sacarse una foto antes de que empiece el espectáculo. He estado con quien sí lo era y sé que no es algo que quiera. Tampoco soy quien pide la foto. En todos estos años solo tengo una foto con Byron Saxton –que ya ves tú–, una grupal tras una velada en la Sala Shoko para apoyar la lucha libre nacional, y con el resto ha sido más por simpatía y amistad durante ese rato que por simple veneración –los del show de PW Euskadi en Getaria, por ejemplo–. De aquello tengo un buen recuerdo del tiempo en el que compartí unas palabras con algunos luchadores y una cara conocida de la comunidad. Amables y cercanos, fuera del personaje y sin la falsa imagen que da el marco de Twitch, YouTube o lo que hacen sobre el ring.
A veces olvidamos que esas personas que decidimos poner sobre un altar son individuos que no son muy diferentes a nosotros. No me refiero tanto al hecho de que cometan errores, a decir no a la cultura de la cancelación, sino más bien a que aquel que comparte sus gustos por internet con toda su ilusión es solo alguien con más tiempo y más ganas que tú. Un poco exagerado para entretener un pelín más, pero con las mismas preocupaciones en el día a día.
Por tanto, conviene ayudar a aquel con una opinión más fanática o diferente a la propia que engrandecer a aquellos que usan un vocabulario propio para insultar a los discrepantes o promulgan discursos racistas, machistas o denigrantes hacia el resto de la comunidad. Me pregunto cómo habrán llegado hasta ahí, o cómo se ha permitido esto, y por qué prolifera gente tan similar con miles de fans en diferentes sociedades de hobbies, desde videojuegos a deportivos.
Porque da la casualidad de que son los que más ganas tienen de estar en la cumbre y son los que más disfrutan con esa sensación de control sobre un rebaño. Y eso es lo peor.
Les contaré algo: cuando estaba en Bachillerato y decidí que quería estudiar Periodismo fantaseaba con la idea, como si fuera un pequeño Dwayne Johnson, de devolver a mis padres el dinero invertido en todos estos años. Llegar a ser un reputado articulista, vamos. Ese pensamiento comenzó a disiparse cuando un ponente, de esos que proliferan por canales de dos dígitos, mencionó que por dinero haría lo que fuera –no es literal–, incluso ir contra sus principios. La realidad de la profesión se encargó de hacer el resto. Pero bueno, aquí seguimos, intentando no dar mal ejemplo y sin mucha gana de ser una cara pública.
En definitiva, si han llegado hasta aquí y quieren mandar un cumplido a este autor, estoy encantado de leerles. Mis mensajes directos están abiertos. Si no, háganlo con otra persona que piensen que tampoco quiere ser famosa. Reconocer el trabajo del resto es lo más valioso que hay. Traigan unas flores a esta comunidad que cada semana guerrea por chorradas. Parece que estamos faltos de amor, y venimos al pajarito azul a apuñalarnos entre nosotros…
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