La belleza es una cualidad subjetiva. Lo que para unos es hermoso puede no serlo tanto para otros. Los griegos intentaron definirlo y estandarizarlo bajo el número áureo de Fidias, pero ninguno llega a convencer por los diversos factores que afectan a ello. En el wrestling, forma parte de su atractivo hedonista, ya que es el imán que acerca a desconocidos a la gran carpa junto con los movimientos espectaculares, y ha sido la base para la contratación de talento en empresas con acuerdos televisivos. El músculo en los hombres y la sensualidad en las mujeres ha sido y sigue siendo fundamental para marcar ese look poderoso, de dioses, de personajes larger than life heredado de la época circense.
Nadie creerá a simple vista que un fornido de dos metros de altura no sea una amenaza a tener en cuenta, o que esté ante el hombre más fuerte del mundo si tiene un cuerpo delgado. Por eso André The Giant es André The Giant y Rey Mysterio es Rey Mysterio. El público foráneo, que no está educado en estas artes, lo agradece, lo comprende y transita en la incredulidad antes. Ya habrá tiempo de interiorizar el resto de los conceptos o de romper los límites.
No obstante, marcar los cánones de belleza o entrar en ellos no está exento de consecuencias. Ya lo denunciaba el luchador español Carlos Romo en el reportaje de Playz de Noah Benanal:
«Si yo lucho con alguien en mejor forma física que yo o me veo muy flaco, digo ‘joder, qué cuerpo de mierda tengo’. Voy a un vestuario de wrestling y sufro, porque veo a los demás y me castigo. Pienso que yo debería estar así, que no descanso lo suficiente, que no me alimento lo suficiente…»
Carlos Romo para el reportaje de Playz ‘Carlos Romo: «Estoy harto de ver wrestlers morir y temer por mi futuro»
El aspecto físico en el wrestling ha cambiado, al igual que en la sociedad. Ya no se buscan esas moles creadas a base de proteína y esteroides o, en el caso de las mujeres, modelos sacadas de revistas para adultos –como lo hacía Johnny Ace– y sin conocimientos luchísticos, pero los cuerpos trabajados en el gimnasio y las caras bonitas siguen al orden del día. Se han dado pasos adelante, como en la aceptación desde la mirada occidental de físicos ‘curvy’ Nikkita Lyons, Nia Jax o Willow Nightingale, aunque queda mucho que recorrer. Este caldo de cultivo crea complejos que pueden resultar difíciles de creer cuando quien se sube al ring no tiene miedo al dolor que le inflige su rival, está acostumbrado al rechazo del público y son atletas de primer nivel.
La industria coloca sobre un altar a tantos y tantos, cada vez más, que deben lidiar con el éxito y la exposición ante un público que en la actualidad tiene muy cerca a sus ídolos. Desbloquean el móvil y saben dónde están, qué piensan, pueden mensajearse con ellos u opinar sobre sus últimas acciones en el cuadrilátero. O fuera de ella. En ocasiones resulta complicado apartar la negatividad, por mínima que sea, de todo lo bueno que dan los fans. Si se le suma a los propios demonios de cada uno, todo se magnifica.
Lo hemos visto incontables de veces, incluso hemos formado parte de ello: se señala la condición física de un luchador como Chris Jericho o se cuestiona la necesidad de una mujer de ponerse implantes. Todo ello sin saber lo que sucede en la cabeza de esa estrella. Hasta hay quien anima más o menos a una luchadora dependiendo de lo guapas que sean. Se mira con más detenimiento el aspecto que lo que ofrecen en sus combates.
Es por ello por lo que, en esencia, podemos hablar de dioses con problemas humanos. Alexa Bliss, apodada de ‘The Goddess’ por su faceta más, estuvo cerca de perder la vida porque su salud empeoró por desorden alimenticio cuando era adolescente. Su corazón latía a 28 pulsaciones por minuto cuando la atendieron los médicos. Durante las seis semanas previas había perdido 30 libras (13-14 kilos) en cuerpo de unas 95. Ese momento cambió su vida, le hizo aceptarse tal y como es, y comenzó a competir en concursos de culturismo. A pesar de que a simple vista parezca una persona segura de su cuerpo, que ve frente al espejo a la misma luchadora que nosotros vemos en la pantalla, la realidad puede ser muy distinta. Aunque seguramente lo haya superado, es una batalla constante; las inseguridades no desaparecen con la fama.
Por supuesto, las más perjudicadas en este aspecto son las mujeres, glorificadas por su aspecto o señaladas por decisiones de su vida privada que no incumben al aficionado, hasta tal punto que el acoso se ha convertido en algo tristemente esperable. No hay que olvidar el intento de secuestro que sufrió Sonya Deville hace dos años, el más reciente para la generación actual. Y la lista sigue si reparamos en algunos perfiles de Twitter.
Atrás han quedado las historias sobre el físico de alguien (Piggy James) y las sesiones fotográficas en bikini de las Divas cuando llegaba SummerSlam o alguna festividad tipo Navidad o Halloween. Claro está, dentro del duopolio AEW/WWE, ya que fuera, en empresas televisivas menores o en las indies, son ellas quienes venden imágenes sugerentes que poco tienen que ver con el trabajo que realizan entre las cuerdas al ser una vía de monetización rápida.
En Japón, Stardom utiliza a sus luchadoras –que a su vez son idols– para vender photobooks que provocan una desazón tremenda, solo aptos para los fanáticos más perturbados. Las más pintorescas incluyen instantáneas sacadas por una furtiva pareja que capta a su amada en un acto tan cotidiano como lavarse los dientes. Ya observaba Damian Abraham en su docuserie ‘The Wrestlers’ esa divinización de la mujer, hasta en una AZM de 14 años, en un encuentro del elenco con fans (hombres) portando regalos para ellas. A cambio reciben una comisión, son más populares y aseguran su posición en el organigrama y futuras oportunidades. Un círculo vicioso nada fácil de romper.
«Viendo a Azumi (…) recibir obsequios de manos de hombres de mediana edad y venderles fotos suyas con atuendos sugerentes, es difícil no sentirse raro. Pero en Stardom, es el negocio de siempre»
Damian Abraham en el tercer episodio de la docuserie ‘The Wrestlers’
El caso de esta compañía nipona puede ser exagerado, pero deja en el aire la sensación de que a pesar de que se progrese y se evolucione, todo vuelve a tener un sentido parecido: el aspecto físico condiciona la carrera de un luchador sin importar los años que pasen. Es responsabilidad del aficionado comprender el impacto de sus palabras y el rol que juega en la industria, enfocando su mirada a lo verdaderamente relevante: la calidad del arte sobre la lona. De tanto observar lo divino alguno ha olvidado que son seres humanos que sufren y sienten igual que él.
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