Las mejores historias tienen la mayor simpleza, pero el mayor sentido para los personajes implicados. Y el 18 de noviembre de 2017, en la primera edición de NXT TakeOver: WarGames, el extravagante y sensual Velveteen Dream llegaba a la ciudad tejana de Houston con la intención de lograr que el oscuro y misterioso Aleister Black dijese su nombre. Tras unos meses de rodaje para quien fuera conocido en la escena independiente como Tommy End, se encontraba listo para dar el siguiente paso y luchar por el Campeonato de NXT, pero alguien se interpuso en su camino: venido desde la luz, un oportunista de labia fácil que reclamaba el cielo sin siquiera haber labrado el suelo. Aquel reservado hombre de tatuajes variopintos y practicante del ocultismo, antítesis del basado en Prince, con su vestimenta de estilo hippie y su androginia, no estaba dispuesto a caer en los juegos de «un niño que quiere atención llamando la atención» y buscando el reconocimiento que no se ha ganado. Pero cayó.
Como el gato y el ratón, la semana siguiente Velveteen Dream pidió a Aleister Black que dijera su nombre, pero el neerlandés se negaba a darle el gusto. Las tensiones y los reclamos fueron a más, hasta que el combate quedó listo para el evento especial que traía de vuelta a la televisión los dos cuadriláteros cubiertos por la jaula de acero. Dream quería su ‘spotlight’, y Black demostrar que este impás no le hacía perder de vista su nuevo objetivo.
Los juegos psicológicos se extendieron hasta la misma noche del pay-per-view. Aleister Black fue el primero en hacer su entrada, saliendo de entre las sombras cual Nosferatu, bajo el «no man is ever truly good, no man is ever truly evil» que define los grises de su personaje. En cambio, Velveteen Dream se arropaba en el morado para hacer acto de presencia, con sus gafas de tres cristales y un peto con flecos de estilo indio y unos zahones de montar que ocultaban su gran baza en las provocaciones. A su llegada al ring se despojó de ellos y lució unas mallas, como hacía con maestría Rick Rude, avivando la ira de sus enemigos. En un lado el ‘ángel’ y en el otro el ‘demonio’, en medio ‘Say My Name’, una estampa que resumía la historia y recordaba a aquel Undertaker vs Shawn Michaels en WrestleMania en el 25 aniversario del magno evento.
El enfrentamiento transcurrió sin sorpresas. Aleister Black dominaba en la mayor parte del tiempo, haciendo sufrir cada vez más a Velveteen Dream. Curiosamente, el estadio del Toyota Center estaba de lado del encandilador, y clamaban para que el de calzón negro con espinas doradas dijera el nombre de su adversario. Es una buena muestra de lo que puede conseguirse con dos personajes fuertes y una base de lucha libre: los golpes se intercalan entre provocaciones verbales y expresiones corporales. Black se negaba a atender las demandas de Dream, por lo que éste recurría a más burlas.
Cuando logra una apertura en su defensa, el control del espacio pasa a ser suyo. Velveteen Dream brillaba y devolvía al neerlandés todo lo que le había hecho sufrir hasta aquel momento. Cuando parecía que Aleister Black reaccionaba, sacaba de su arsenal movimientos nunca antes vistos, aprovechando la circunstancia de estar en un NXT TakeOver, un show especial cada tres meses. Eso es lo que hizo especial la presentación del Dream Valley Driver. Pero la cuenta llegó a dos. Lo mismo sucedió cuando arma ese DDT modificado.
Aleister Black, más experimentado que él, no cayó en la tela que tejía el de Washington D.C. A pesar de ello, era incapaz de obtener la tercera palmada. La obsesión de Dream por que Black dijera su nombre le costó la victoria, cayendo con la patada con giro a la sien propinado por el ocultista, Black Mass. Lo que aporta la lucha libre a la vida es que, incluso en la derrota, puedes ganar. Y Velveteen Dream lo hizo: no lo logró someter a su contrincante, pero de sus palabras vino la recompensa esperada. «Enjoy infamy, Velveteen Dream».
Cinco años después
Revisar el combate cinco años después es duro. Cara y cruz en el futuro de estos dos luchadores. Ambos salieron de WWE sin apenas llegar a destacar en el roster principal. Aunque Aleister Black logró estar ahí, una vez logró su meta de ser Campeón de NXT, y tener una historia interesante dentro del arco del ‘Monday Night Messiah’ Seth Rollins. Con el ojo derecho dañado, su balanza interna se rompió y pasó a ser heel teniendo un feudo con Kevin Owens. Sin embargo, su relevancia se diluyó una vez pasó a SmackDown en el Draft de 2020 por falta de planes. No supieron qué hacer con él, y una vez que lo averiguaron y lo presentaron en pantalla acabó fuera de la empresa.
No fue su final, ya que recogió lo aprendido en la empresa de los McMahon para llevarlo a All Elite Wrestling. Como hicieron en NXT con él, modificó parte de su personaje para darle un aire diferente: así surgió Malakai Black. El actual presidente de la House of Black ha reunido a tres discípulos –Brody King, Buddy Matthews y Julia Hart– en la perdición de la ponzoña que nubla su juicio. Incapaz de volver a la senda anterior, se ha convertido en el líder de una secta que va encontrando su espacio y sus metas en AEW.
Quien no corrió la misma suerte fue su rival, Velveteen Dream. Tras lograr lo que buscaba en NXT TakeOver: WarGames 2017 y consagrarse en la marca de desarrollo siendo Campeón Norteamericano y casi Campeón de NXT, siendo una de las caras reconocibles y uno de los talentos propios de WWE con mejor progresión y futuro, saltó la polémica: mantuvo conversaciones con menores a los que mandó «fotos indecentes».
La prueba final para su acusación popular fueron unos audios filtrados en Reddit, pero la compañía no encontró evidencias suficientes en su investigación. Con todo, siguió luchando ante el rechazo de la audiencia, siendo Triple H su mayor defensor y protector en cada llamada con los medios. Pasó un tiempo en la nevera, esperando que los aficionados se olvidasen del asunto, pero no funcionó. Cinco meses después, en mayo del año pasado, salió por la puerta de atrás sin disputar otro encuentro.
Su carrera luchística prometedora, esa que le podía haber llevado a ser otra de las pocas superestrellas negras que han logrado el campeonato mundial, se vio truncada por las acciones que se difundieron bajo el paraguas del movimiento #SpeakingOut. Dream cavó su propia tumba, dijo «Dream Over» frente al espejo y desapareció de la industria del espectáculo deportivo.
El Aleister Black vs Velveteen Dream es un recuerdo amargo por lo que podían haber aportado estos dos talentos a las marcas principales de WWE. La empresa no supo aprovecharlo, en el caso del ‘demonio’, como un posible sucesor de Undertaker en ese misticismo tan característico, y su actitud fuera de la pantalla arruinó cualquier posibilidad de volver a ser alguien en el mundo de la lucha libre, en el caso del ‘ángel’. Un año después, dentro de la fugacidad y la rapidez de los nuevos tiempos, nadie recuerda su figura ni le echa en falta, y la ausencia tan prolongada es la confirmación ante la falta de acción de la justicia norteamericana.
Deja una pesadumbre por la narración eléctrica de Mauro Ranallo, perdida porque su bipolaridad le impedía el ritmo que le exigía ser comentarista de WWE; por esas arenas llenas que tal vez nunca vuelvan, esos diamantes en bruto que surgían entre experimentados luchadores indie. La belleza perdida con los años, entre cambios y modificaciones, que con esta ‘nueva era’ que se abre puede acercarse otra vez a ella. Tiempos en los que el wrestling importaba. Es hora de reconciliarse.
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