La decadencia de Triple H

Durante 2020 y 2021 se ha ido fraguando el descenso paulatino de Paul ‘Triple H’ Levesque de los puestos de poder de la empresa. Sustituido por un Nick Khan en el otro extremo del espectro del negocio y que ha dado con la clave para hacer perdurar a WWE unas décadas más, se ve reducido al manejo de un territorio de desarrollo desprovisto de su seña de identidad

A veces lo más interesante de este espectáculo deportivo sucede detrás de las cortinas, en bambalinas, en las oficinas. Como si de una temporada de House Of Cards se tratase, Triple H ha hecho su primera aparición pública tras ser operado del corazón hace dos meses, situado a varios pasos de distancia del mandamás Vince McMahon, en una visita a las obras del nuevo edificio que la empresa usará como base de operaciones. Caminando a la derecha del dueño de WWE, Nick Khan. Una estampa que resalta la nueva asociación de poder que ha logrado acuerdos con Peacock y una reestructuración en el seno de la compañía para deshacerse de una gran cantidad de luchadores que no cumplían con los objetivos marcados dentro de los mejores años financieros. Casualmente, muchos de ellos protegidos de Paul Levesque, antiguas estrellas de NXT que no llegaron a brillar del todo en el roster principal.

A lo largo de estos dos años la posición de Triple H ha ido menguando hacia el control del nuevo talento que llega al Performance Center y las decisiones creativas de NXT (ahora NXT 2.0 y de la que tendrá que hacerse cargo en un futuro próximo) y NXT UK. Su nombre ha ido escalando desde 2010, pero su relevancia en cuanto al futuro de WWE ha sido cada vez menor, sobre todo tras la derrota de un programa que funcionaba en WWE Network. El proyecto de la marca amarilla, aquella que servía como cantera de las superestrellas del futuro, no cuajó a la hora de preparar a los atletas. Más bien nunca lo fue.

La principal meta con NXT era servir como cercado para atraer a todos los talentos de la escena independiente que quisieran dar el salto a WWE. El cebo, un mejor sueldo y la esperanza de labrarse un nombre mayor en la empresa de sus sueños. La gran mayoría cayeron por la suculencia de la proposición, por suponer una forma de regularizar la situación laboral y poder convertirse en profesional sin necesidad de tener un trabajo secundario. Incluso entre los aficionados descontentos con la oferta del roster principal, buscando un producto igual que el de PWG o ROH pero sin abandonar el Universo WWE.

Sin embargo, no ha llegado a servir ni siquiera para los de cosecha propia. Aquellos que llegaban de otras disciplinas no han ascendido a cotas mayores, salvando el caso más reciente de Bianca Belair. El resto podría decirse que viven en la cuerda floja, esperando que en la próxima oleada de despidos no sean los destinatarios del correo electrónico.

Si se observa el linaje de campeones mundiales –femeninos y masculinos– de NXT, de los cuarenta campeones diecinueve están en activo en WWE. No obstante, solo cinco (de ocho, excluyendo a Johnny Gargano y Tommaso Ciampa) en el apartado masculino han conseguido el título Universal o el Campeonato de WWE. Entre las mujeres el éxito es más palpable, con otras cinco (de siete, sin contar a Io Shirai y Raquel Gonzalez) habiendo vestido el cinturón femenino de SmackDown o Raw. Hay que sumar a Bianca Belair, Becky Lynch, Alexa Bliss y Carmella a la lista, que a pesar de no lograr vestir el oro en la marca amarilla sí lo hicieron en el roster principal. No hay ningún luchador masculino que entre en esta categoría.

Desde Hideo Itami (KENTA) y Adrian Neville (PAC) hasta Karrion Kross y Keith Lee, se cuentan por docenas los nombres elegidos por Triple H como sus ojitos derechos, proyectos dentro del show de los miércoles (después martes) y grandes candidatos a ser campeones midcard o mundiales en los años siguientes. Mujeres también a pesar de correr mejor suerte, como Ember Moon, Ruby Riott (Ruby Soho), Tegan Nox o Peyton Royce (Cassie Lee). Con más fortuna o menos, con mayor relevancia en la cartelera o fuera de ella, habían sido construidos para causar sensación en las principales ligas. Tampoco sucedía.

Echando la vista atrás a estos años se entiende a Paul Levesque como el carcelero bueno, quien se encariñó con los reclusos y se hizo amigo de ellos, mimándolos y cuidándolos del resto de vigilantes. El jefe de un plan para desestabilizar la escena independiente y el resto de las empresas de wrestling del panorama mundial, el encargado de cuidar de la infinidad de vitrinas completas de marionetas con las que se le permitía jugar. Y él jugó, a su gusto y bajo sus reglas; funcionaba y al mundo le encantaba, hasta que lo convirtieron en un arma.

Llegó la Guerra de los Miércoles y AEW ganó, se le culpó de la derrota de NXT y pagó su precio con la creación de NXT 2.0 y la supervisión –más que antes– del reconstruido territorio de desarrollo por parte de Vince McMahon y sus yes-men Bruce Prichard y Kevin Dunn. Marionetista convertido en marioneta. Vio marchar a demasiados de sus elegidos en oleadas de despidos, incluidos aquellos a los que había salvado de sus horribles bookeos del roster principal, decididos por ‘la magia de los números’ de Nick Khan y el brazo ejecutor de John Laurinaitis/Johnny Ace. Para más inri tuvo que ser operado del corazón por un problema genético, dejando a Shawn Michaels como el principal encargado del día a día de la marca y de llevar a cabo el show bajo las directrices de los ejecutivos.

Tampoco funcionaron Velveteen Dream y Karrion Kross, más por lo extradeportivo que por lo ofrecido en el ring. Aunque este último sí pasó por Raw con un cambio de personaje y la separación de Scarlett incluido, algunos de los nombres liberados en la misma ola de despidos fueron por negarse a recibir la vacuna contra la Covid-19. Dos hombres con un perfil hecho para el gusto de Vince McMahon, pero que se acabaron marchando por situaciones ajenas a la empresa. Mala suerte en estos casos.

Su pérdida de peso dentro de la compañía tiene que ver también, según Justin Barraso de Sports Illustrated, con el ascenso de Bruce Prichard a head booker de SmackDown en octubre de 2019 –semanas después del estreno en USA Network de la marca negra y dorada–. Con su llegada a principios de 2019 supuso la entrada de un tercer hombre de confianza al núcleo interno de Vince McMahon, más orientado hacia el entretenimiento y la atracción de fans casuales que a la fidelidad de los más longevos y el wrestling como tal. Para alejar todavía más al yerno del suegro, Nick Khan se ha convertido en el fichaje estrella para una modernización dentro de la compañía y colocarse como un excelente amasador de dinero bajo recortes presupuestarios y acuerdos comerciales.

Al final la batalla entre el negocio y el wrestling, del acuerdo con Netflix y el Barclays Center lleno para un nuevo TakeOver, está decidida. Solo hay que ver el tipo de preparación que dan a los nuevos rostros de NXT 2.0.

Hace unas semanas se conocía que si 205 Live triunfó fue porque del poco esfuerzo que ponían los creativos los luchadores se esforzaban al máximo para dar un gran espectáculo, no por ser un proyecto en manos de Triple H. Es la conclusión que puede sacarse de las palabras de Tony Nese (meros rumores), la prueba de que no todo es como parece y que al aficionado le llega muy poca información y un exceso de opiniones y cuchicheos.

Lo mismo esto no es una historia entre dos hombres en una lucha de poder como en House Of Cards, sino estamos ante el Juego de Tronos de WWE con Varys, Petyr Baelish ‘Meñique’ y Qyburn conspirando y persuadiendo al rey para que no delegue sobre su hija y en consecuencia en su yerno. La decadencia de Triple H es real, y fuera de lo demostrable solo queda la duda. Quién pudiera saber lo que se cuece en la cabeza de Paul Levesque cuando le preguntan sobre tomar el control de la empresa, cuestión que siempre ha eludido… ¿Por qué lo hará?

La decadencia de Triple H

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