Recuerdo el día en que participé por primera vez en el podcast ‘Primero de Wrestling’ y cómo le planteaba la duda a Pablo Rapp. Quería saber más acerca del wrestling, no tanto los entresijos, sino las secuencias y las claves para poder comprender mejor lo que sucede en un combate. Libros que traten sobre cómo hacer un combate ordenado, qué base hay, cuál es la teoría. Desde siempre he sentido que estaba a años luz de otros ‘expertos’ –aunque sí me considero un buen analista de personaje, permítanme este clavel–, de que mi memoria no era lo suficiente para ver esos ‘callbacks’ a feudos o enfrentamientos pasados, de que me pierdo situaciones por una falta de poso teórico. Su respuesta fueron dos libros de Mike Quackenbush, ‘7 Keys to Becoming a Better Performer: A Book For Fellow Pro-Wrestlers’ y ‘Toolbox: Building Better Pro-Wrestling’.
Los tengo en la lista de pendientes desde entonces, esperando a que llegue la ocasión idónea para sumergirme en una lectura muy corta –67 y 101 páginas respectivamente– pero enriquecedora. Su canal de YouTube ‘‘Til We Make It’ puede ser una de las fuentes a las que acudir, aunque la falta de otros teóricos que refuercen o refuten sus puntos de vista hace que esta situación de falta de autores se sostenga. Las pocas formas que existen de empaparte del funcionamiento de un combate o de la función del árbitro, desconocida para muchos, es de boca en boca en foros o apuntándote a una escuela de wrestling, donde ellos también han adquirido esas nociones a través de un maestro o veterano que ha compartido sus experiencias y enseñanzas al resto.
La transmisión de conocimiento en el wrestling lleva años arrastrada por la quimera de permanecer dentro de un kayfabe muerto desde hace más de cuarenta años. A pesar de que sea imperioso para el negocio que el cercado sea lo más pequeño posible, que lo sepan solo «quienes de verdad aman esto», la mentalidad sigue anclada en los años del circo. Como tantos espectáculos de ilusionismo y prestidigitación –recomendada ‘El callejón de las armas perdidas’ de Guillermo del Toro para entender este punto–, la exposición del sustento podía suponer la pérdida total de un negocio basado en la creencia de la audiencia en lo que estaba viendo, es decir, la suspensión de la incredulidad. Ningún show de variedades podría triunfar sin persuadir al espectador de que está ante un hecho único, una maravilla. Si todos supieran que el hombre más fuerte del mundo no levanta más que 50 kilos en vez de la tonelada que marcan las pesas, nadie pagaría la entrada.
Sin embargo, el wrestling ha evolucionado lo suficiente como para que el público tenga una conexión mayor con la historia que se cuentan que con la mentira de los golpes, los actores, las protecciones y las falsas enemistades. Sobre todo en un tiempo en el que la televisión ha dado mayor acceso al contenido ficcionado, siendo el precursor el cine con su capacidad de ilustrar los sueños más profundos –y que después ha dinamitado Internet–. El kayfabe, como algo que mantener por el luchador cuando baja a por un cartón de leche al supermercado, ha dejado de existir, ¿a qué viene tanto proteccionismo entonces?
La oferta cultural para el aficionado está fundamentada en autobiografías, narraciones de sucesos históricos y análisis de hechos en base al contexto cultural o social. ¿Dónde queda el manual del buen luchador? ¿O los casos de éxito relatados por el propio protagonista para comprender de primera mano cómo lograr conectar con la audiencia? Cuesta encontrarlos, y menos existe una piedra de Rosetta. Si hablamos de una nueva expresión artística, como algunos apuntan, habrá que contar con expertos que reflexionen acerca de los conceptos establecidos.
La magia, que al igual que el wrestling vive de sorprender, ha superado el periodo de ocultación y gremios cerrados. Conocemos a lo que vamos, sabemos que no hay algo inexplicable que hace aparecer al conejo en el sombrero, pero seguimos sorprendiéndonos a pesar de todo. Entonces, ¿qué hay de malo entonces en mostrar que guardas un as bajo la manga?
Tal vez un libro sea demasiado arcaico como para servir como nueva fuente, pero el boca a boca resulta aún más antiguo. Puede que no exista una ciencia exacta, que sea cierto que esto es jazz y que no tiene una relación causa-efecto cualquier acción que emociona. Me sorprende que, para triunfar en esto, la única opción que existe sea haciendo preguntas, analizando vídeos en base al juicio del alumno y el profesor, perpetrando la tradición y dejando todo a la percepción de cada uno y sus contactos.
El wrestling tiene miedo a exponerse, como si fuese a perder la esencia, cuando podría ser la clave para elevar su situación y conseguir nuevas figuras que lleguen más preparadas hacia el estrellato. Sin tantos palos de ciego, con una mayor evidencia de que X o Y puede triunfar llegada la oportunidad. Ganarse el respeto de quienes no comulgan con este entretenimiento, aunque eso suponga la muerte del ‘luchador pasional’ para dejar paso al ‘deportista millonario’.
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